Carmelitas Descalzas Altea

"Vivir en obsequio de Jesucristo". 

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23/04/2017

Mensaje Capitular de los Carmelitas Descalzos de la Provincia de Santa Teresa de Jesús

Queridos hermanos hoy último día del capítulo comenzamos el día con la Eucaristía en la Iglesia de la Casa de La Santa. Hoy la ha presidido el padre Miguel, nuestro provincial, y han concelebrado los padres Pedro Deza, de nuestra casa de Burgos y Paco Oreja, de la comunidad de Medina del Campo.
Después de la Eucaristía comenzamos la última sesión para escuchar las actas y firmarlas y aprobar el “Mensaje del Capítulo” que os lo compartimos a continuación.
El padre Agustí Borrell, vicario general de nuestra Orden, nos agradece el haberle invitado al capítulo y nos anima a poner en práctica todo lo que durante estos días hemos hablado y de estar abiertos para asumir los retos que nos ofrecen los tiempos de hoy contestándonos a la pregunta ¿qué tales hemos de ser?.
El padre Miguel agradece a todos su entrega y servicio y nos pide nuestra oración por él, por el consejo y por todos los hermanos. Gracias a todos los hermanos más en debilidad, los enfermos, que sin duda son los que han hecho posible que hoy formemos parte de esta familia. Y a nuestros hermanos en formación que nos enseñen a ver con su mirada para que ilusionados por Dios sepamos crear camino juntos. Por último también Miguel tiene un recuerdo muy especial por todos los hermanos de la provincia que están fuera de nuestras fronteras sirviendo a la Orden en distintos lugares. A todos ellos también un muy fraterno y fuerte: Gracias.
Para terminar, no podemos dejar de decir con una misma voz, para agradecer de corazón como Capítulo Provincial la presencia entre nosotros de nuestras hermanas Carmelitas Descalzas: hermanas vamos juntos en esta gran familia y contamos con vuestra oración y vuestra cercanía; esperamos nosotros también saber estar siempre a vuestro lado para que juntos hagamos que santa Teresa de Jesús se pueda sentir orgullosa de nosotros.
Un abrazo también muy fuerte para todos los miembros del Carmelo Seglar, nuestros hermanos. Que san Juan de la Cruz y santa Teresa nos ayude a saber dar pasos certeros para crecer como miembros de una misma familia.
MENSAJE CAPITULAR� Ávila, 22 de abril de 2017
Queridos hermanos y hermanas: carmelitas descalzos, carmelitas descalzas, miembros del Carmelo seglar y demás personas que de una u otra manera compartís nuestra vocación carmelitana teresiana,
Los religiosos reunidos en Ávila del 17 al 23 de abril de 2017 para celebrar el primer capítulo ordinario de nuestra provincia ibérica de santa Teresa de Jesús queremos hacer nuestra una idea que la liturgia de estos días propone continuamente: «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118 [117],24).
Sí, el Señor se ha hecho presente entre nosotros en los momentos de oración, de reflexión conjunta y de fraternidad y ha llenado nuestros corazones de gozo y de esperanza.
La Vigilia pascual nos recordó que la primera obra de Dios fue la creación, a la que siguieron la alianza con Abrahán, la salida de Egipto, los anuncios de los profetas referidos a la nueva y definitiva alianza, el cumplimiento de todas las promesas en la victoria de Cristo sobre la muerte y nuestra participación en su Pascua por medio del bautismo.
Pero no queremos limitarnos a recordar lo que Dios hizo en el pasado. Jesús afirma que su Padre trabaja siempre y que él mismo continúa trabajando (cf. Jn 5,17). Y nuestra madre, santa Teresa de Jesús, también nos dice que «no se pueden agotar sus misericordias» (V 19,15). Dios continúa su obra de amor en el mundo, en la Iglesia, en nuestras comunidades y en cada uno de nosotros. Así lo hemos vivido en estos días y por eso queremos compartirlo con vosotros.
Hemos celebrado el capítulo en la casa natal de santa Teresa, durante los días de la Octava de Pascua. Estas dos realidades (la geográfica y la temporal) nos han puesto en contacto con nuestros orígenes (los de la Iglesia y los de la Orden).
La Iglesia nos ha invitado en distintas ocasiones a mirar a nuestro pasado con agradecimiento. Somos herederos de una rica historia carismática que comenzó en la ciudad de Ávila y que a lo largo del tiempo ha ido creciendo y desarrollándose en nuevos contextos geográficos y culturales. Nos lo recuerda la presencia en el capítulo de dos hermanos nuestros del vicariato de Uruguay, Paraguay y Bolivia, y de otros dos de la delegación de Burkina Faso, Costa de Marfil y Togo.
Tal como enseña el papa Francisco, «poner atención a la propia historia es indispensable para mantener viva la identidad y fortalecer la unidad de la familia y el sentido de pertenencia de sus miembros. No se trata de hacer arqueología o cultivar inútiles nostalgias, sino de recorrer el camino de las generaciones pasadas para redescubrir en él la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que las han impulsado» (Carta a los consagrados del 21-11-2014, n. 1).
La santa Madre también nos pide que miremos hacia delante, comprometiéndonos en la construcción de un futuro más evangélico, siendo protagonistas de nuestra historia, sabiendo que lo mejor está siempre por llegar, porque caminamos hacia la Jerusalén celestial, que ya podemos pregustar, pero aún no poseemos en plenitud: «Ahora estamos en paz calzados y descalzos. No nos estorba nadie para servir a nuestro Señor. Por eso, hermanos y hermanas mías, [… démonos] prisa a servir a su Majestad. […] Ahora comenzamos, y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor» (F 29,32).
Las carmelitas descalzas se hicieron presentes en el aula capitular y nos recordaron que la santa madre dice «hermanos y hermanas mías» porque se refiere a todos los miembros de nuestra familia: a ellas (las monjas), a nosotros (los frailes) y a los seglares de la OCDS, que también nos visitaron. Juntos queremos caminar, como miembros de una única familia en la que cada rama vive el carisma de una manera peculiar.
Estamos convencidos de que la Iglesia solo puede renovarse conjugando una doble fidelidad: a sus orígenes (Jesús, el evangelio, las primeras comunidades) y al momento histórico concreto que nos toca vivir en cada época (con sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus traumas). Esto sirve también para nuestra familia religiosa.
En este sentido, la Iglesia y el Carmelo siempre están en construcción y se identifican con la mujer vestida de sol que en cada generación tiene que dar a luz a Jesús, superando todos los obstáculos que se presentan en su camino. Somos conscientes de que la fidelidad no puede consistir en repetir los comportamientos de los que nos precedieron, sino en imitar sus actitudes ante las distintas circunstancias que a ellos les tocó vivir, en ser audaces para responder a los retos que se nos presentan hoy, como ellos lo fueron para responder a los que se les presentaron en su momento.
Nos lo recuerda la CIVCSVA en un documento publicado recientemente, que lleva por título «A vino nuevo, odres nuevos. La vida consagrada desde el concilio Vaticano II: retos aún abiertos». Allí se reflexiona sobre «los nuevos caminos que nos interpelan» y se afirma: «El vino bueno y el vino nuevo se convierten en el símbolo de la manera de actuar y enseñar de Jesús, que no es posible contener en los odres viejos de esquemas religiosos rígidos, incapaces de abrirse a nuevas propuestas» (n. 2).
Y más adelante: «No es tarea fácil pasar de un simple administrar realidades bien conocidas a guiar hacia metas e ideales con una convicción que engendre una verdadera confianza. Esto supone no contentarse con estrategias de mero sobrevivir, sino que exige la libertad necesaria para acometer procesos, tal y como nos sigue recordando el papa Francisco» (n. 8).
Por último, en la conclusión, el documento dice: «El vino nuevo exige la capacidad de ir más allá de los modelos heredados, para apreciar las novedades que el Espíritu suscita, acogerlas con gratitud y custodiarlas hasta que fermenten del todo más allá de la provisionalidad. También el vestido nuevo del que habla Jesús en la misma parábola evangélica, ha sido confeccionado a través de fases diversas de actualización y ha llegado el momento de llevarlo con alegría, en medio del pueblo de los creyentes» (n. 55).
Somos conscientes de las dificultades que afronta la vida consagrada en general y nuestra provincia religiosa en particular: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, la inseguridad financiera, la irrelevancia social, las insidias del relativismo y del individualismo... Pero, en estas circunstancias concretas que nos toca vivir, sigue resonando la palabra del Señor resucitado, que nos repite: «Yo estoy con vosotros todos los días» (Mt 28,20).
Por eso queremos considerar el tiempo presente como una oportunidad de gracia, como un momento de salvación, sabiendo que «este es el día en que actuó el Señor» y que no tenemos otro para amarle, para colaborar con él en su proyecto de salvación, para ser testigos de su misericordia en el mundo. Hoy, en «este día», creemos en Cristo, esperamos en su palabra, amamos su Cuerpo –que es la Iglesia–, trabajamos y descansamos, gozamos y sufrimos.
Como nos recuerda san Juan de la Cruz, nuestro padre, la presencia de Cristo entre nosotros es luminosa, pero la vivimos en la oscuridad de la fe, no por ausencia de luz, sino porque nuestros pobre ojos quedan deslumbrados ante tanta luminosidad. Por eso, cantamos con él que sabemos bien dónde se encuentra la fonte que mana y corre, aunque es de noche, ¡pero una noche más amable que la alborada!
Hermanos y hermanas, queremos invitaros a descubrir la presencia del Señor en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestra provincia. Incluso en los momentos presentes de incertidumbre, él camina con nosotros y no nos deja de su mano. ¡No le dejemos nunca nosotros a él!
Encomendamos al Señor a nuestros hermanos ancianos y enfermos. A ellos les pedimos que sigan manteniendo con su oración los proyectos de la provincia.
A nuestros jóvenes en formación les animamos a crecer cada día en la intimidad con Cristo. Él es el mejor hermano, amigo, maestro, compañero de camino, Señor y siervo nuestro por amor.
Ponemos en manos de la Virgen María, madre y hermosura del Carmelo, y de su esposo san José la vida de la provincia. Queremos aprender de ellos a servir a Cristo y a los hermanos con todas nuestras fuerzas.

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